Una novela quijotesca

Todo el oro de Lisboca

Juan Patricio Riveroll

Tusquets

México, 2024, 344 pp.

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No hay pureza, ni siquiera en la literatura. La virginidad de los textos es un mito. A veces, también, un proyecto comienza con una idea muy distinta de la definitiva. Aunque la novela no escapa a la mezcla de textos, es probable que la mayoría de las veces el trabajo del novelista sea lograr un zurcido invisible. En otros casos, dejar marcas del doblez que indica puntos y coordenadas es una invitación al desvío y la digresión. Por ejemplo, el Quijote de Cervantes, donde todo cabe, narrativa, ensayo, filosofía, incluso pastiche y metaficción.

A la novela Todo el oro de Lisboa (2024) de Juan Patricio Riveroll se le puede llamar quijotesca o cervantina por dos o más razones. La idea inicial de Riveroll, que estudió cine, era hacer una película sobre la muerte de un hombre y el enigma de su vida secreta. Sin embargo, con el tiempo y la reescritura, el proyecto se convirtió en una novela con elementos históricos, de autoficción y otros deliberadamente inventados que unen las historias de dos amigos. El gozne que articula las piezas es el Quijote, que en su día tradujo Federico Sánchez Fogarty, el bisabuelo de Riveroll, pionero de las relaciones públicas en México, anfitrión de excéntricas fiestas en su casa de Tacubaya, donde ponía discos cuando aún no existía el concepto de DJ.

La historia empieza con Santiago, que viaja de México a Lisboa para hacer las gestiones necesarias por la muerte de su padre, con el que mantenía una relación intermitente y más bien lejana. El viaje se alarga. El misterio se impone a los trámites, el abismo se abre. Ahí, Santiago descubre un costado insospechado de su padre. ¿Quién fue realmente Pol Espasí, catalán refugiado en México y que al final de su vida volvió a Lisboa? En Todo el oro de Lisboa nos enteramos que la capital portuguesa fue una ciudad neutral y de tránsito durante la Segunda Guerra Mundial. La portada de la novela, publicada por Tusquets, presenta la imagen de una esvástica nazi, es un espóiler, un gancho publicitario que no estropea la mejor parte de la historia.  

Luego, un salto hacia la vida del narrador, un director de cine incipiente que gasta sus ahorros en una excursión a Europa. En Lisboa, de nuevo, el narrador sin nombre –que, a juzgar por la semblanza en la solapa del libro, se asemeja a Juan Patricio– conoce a Santiago en una fiesta. Riveroll se desdobla, el narrador se parece a él y se aparece en la trama. De hecho, pronto se revela que la historia que estamos leyendo, la ficción misma de la novela, la escribió ese narrador con disfraz de Juan Patricio, de quien toma varias cosas prestadas, menos el nombre.   

Tiempo después y en otra fiesta, ya en la Ciudad de México, los amigos se vuelven a encontrar. En un librero del departamento de Santiago, el narrador, que no se halla en el ambiente de la fiesta, encuentra un libro raro que conoce por razones familiares y sentimentales: es la traducción al inglés vertida en Don Quixote and Sancho que hizo su bisabuelo. Aquí, el autor abre otra senda en la novela que se nutre de reflexiones y prólogos sobre el Quijote, que abundan en sus aportes a la literatura y el pensamiento, la profusa mezcla de géneros, la manera en la que el mundo real se mete en la ficción, cómo la ficción llega a poblar el mundo y los límites entre ambos se difuminan. Son ideas a partir de las que Riveroll hace una revisión crítica del experimento literario de su bisabuelo, que se publicó en 1957. 

El mismo Riveroll confiesa que llegó a pensar que la editorial no iba a aceptar la parte del Quijote, que es, sin duda, la contribución más singular de su novela. La versión de Sánchez Fogarty del Quijote –lo redujo, ordenó y eliminó los paréntesis y divagaciones de Cervantes– aparece en el librero de Santiago como herencia olvidada de su padre, al que quisiera olvidar. El Quijote, por otro lado, es el macguffin de la historia de los amigos, que se unen en un proyecto quijotesco, idealista y, por lo mismo, condenado al fracaso: contar la vida del papá de Santiago. Es la aparición de ese libro lo que termina por unir sus vidas.               

Hay una relación especular entre los personajes. El narrador es el reverso de Santiago, y viceversa. Mientras uno todo lo esconde, el otro todo lo cuenta. Mientras más se acerca su amigo a la escabrosa historia de su padre, Santiago hace todo lo posible por bloquear su mirada. El narrador, por su lado, muestra la historia de su familia, la admiración por la figura del bisabuelo, retratado por Jorge González Camarena, la atmósfera de sus reuniones y fiestas, la belleza aristocrática de refinado carácter fílmico de la ciudad antaña, otrora Distrito Federal. 

Mucho antes de la publicación de Todo el oro de Lisboa, en 2002, María Rosa Sánchez Cos, abuela de Riveroll, publicó en un encuadernado independiente los Recuerdos del tercer imperio mexicano. Es un homenaje a su padre Federico Sánchez Fogarty que, a través de textos e imágenes, recupera la historia de las fiestas en la calle Joaquín A. Pérez no. 6 de Tacubaya. Riveroll echa mano de las memorias de la abuela para recrear el contexto y la imagen del traductor del Quijote.

La novedad de las reuniones, que se realizaron entre 1936 y 1959, era que los invitados –todos vestidos de rigurosa etiqueta– iban a bailar la música que ponía el anfitrión en discos, es decir que no había orquesta en vivo, como se acostumbraba. Se lee en las memorias: “generalmente iniciaba el baile con piezas sencillas, tranquilas; poco a poco introducía música más animada hasta que empezaban las Grandes horas como las llamábamos: la hora cubana, las sambas, el swing, las rumbas, y después, los valses, los tangos”.  

Las fiestas tenían categorías, según los invitados –Los grandes sábados, Escuela imperial, All imperial–, que a veces recibían títulos nobiliarios estrambóticos como Archiduque, ex regente y cabecilla de los Conspiradores de la Flor de Lis o Duque del Pedregal. Las veladas de Tacubaya terminaban cuando Sánchez Fogarty, alejado de la concurrencia, hacía sonar un gong. A veces, cuenta Sánchez Cos, la gente le rogaba para que la música no parara, pero una vez que la fiesta terminaba, terminaba.      

En Todo el oro de Lisboa hay puntos y coordenadas que señalan y se desvían en varias direcciones. Es una novela singular, de múltiples disquisiciones y sin embargo de lectura rápida. Puede ser leída como una historia quijotesca que combina aportes de la investigación histórica, la biografía, la memoria y el ensayo. También como la historia de un hombre aplastado por la sombra de su padre. O como la historia de una amistad rota. O la historia de los proyectos frustrados y los que cambian de vocación, que es la historia que cuentan, a veces indistinguibles, el narrador y el autor. ~


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