En el mundo de las letras difícilmente hay alguien que no haya mencionado alguna vez el nombre de la escritora británica Virginia Woolf, referente para hablar de la escritura por mujeres, el devenir de la conciencia, el monólogo interior y la exploración del mundo privado. Sus libros La señora Dalloway (1925), Al faro (1927) y Orlando (1928) van desde la vida cotidiana de la sociedad acomodada británica hasta la guerra, la soledad, la fluidez del género, la locura y la muerte. Una habitación propia (1929) es uno de los textos más referidos para hablar del derecho a un espacio de producción para las escritoras y de temas relacionados con feminismo y género.
En mayo de este 2025 se cumplieron cien años de la publicación de La señora Dalloway,onomástico que nos anima a releer y hablar de un libro que, tratando en apariencia un tema banal –la vida social de una mujer de clase alta que prepara una fiesta– es en realidad una profunda meditación sobre el tiempo, la memoria, las contradicciones de la sociedad, la muerte y la subjetividad femenina.
La escritura de Woolf, asentada en el flujo de conciencia, dialoga con escritores como James Joyce, Marcel Proust o William Faulkner, Juan Rulfo o Clarice Lispector, y sigue siendo un referente e inspiración para muchas escritoras que buscan, como lo hizo la escritora británica, caminar por la ciudad con la mente y los sentidos puestos en el yo, en el paso del tiempo y en el papel que ocupamos y que se nos demanda en la sociedad.
En este libro,Clarissa Dalloway y Septimus Warren Smith nos sitúan frente a dos posturas ante el mundo: la socialmente aceptada y la radicalmente marginal; frente a la continua demanda que oscila entre adaptación y ruptura. A cada paso que da por Londres, una ciudad que ama –“lo que ella amaba: la vida; Londres; este momento de junio”–, se encuentra con ella misma, como Ingrid Hernández, “La cartógrafa de Bloomsbury”, ha escrito.
Como Woolf, muchas escritoras latinoamericanas contemporáneas caminan las ciudades y la vida con ese devenir entre interior y exterior. Pensemos por ejemplo en Keila Vall de la Ville y su El día en que Corre Lola Corre dejó sin aire a Murakami, en donde recorre Nueva York, o Valeria Luiselli en Papeles falsos, quedesde el aire y después en las calles pasea por la Ciudad de México, o Samanta Schweblin en Kentukis, donde el deambular es por Lima, Berlín, Hong Kong o Milán.
En La señora Dalloway, otro personaje tiene su propio recorrido: Septimus, veterano de la Primera Guerra Mundial que sufre lo que hoy sabemos es trastorno de estrés postraumático, pero que en 1925 era visto como locura. Los pasos de este personaje, tan relevante en un tiempo como el que vivimos hoy, en donde los enfrentamientos bélicos y el trauma son constantes, nos conducen a escritoras como Andrea Jeftanovic y su Escenario de guerra, que muestra cómo la percepción del mundo se fractura por el trauma.
Vemos también acá un tema recurrente en la obra de Woolf: que la locura es mucho más que eso, es una lucidez que arrasa, y el suicidio no es un acto de debilidad sino de resistencia. En La señora Dalloway, Clarissa nunca conoce a Septimus, pero en el momento en que se entera de su muerte, la ve como un acto admirable: “De alguna forma, se sentía muy cerca de él, del joven que se había suicidado. Se alegraba de que lo hubiera hecho; que lo hubiera tirado todo por la borda.”
Esa ventana entre locura y razón, que le sirve a Woolf para ver con claridad el mundo en la oscuridad de la mente que sufre, se ve también en libros como Isla partida de Daniela Tarazona, donde la realidad se borra de manera continua para hundir en la confusión. El pasaje en donde Septimus cree que los pájaros le hablan en griego y que por medio de ellos se está comunicando con los Dioses, para entender que solamente la muerte lo puede redimir, nos refiere a las voces colectivas, el coro griego y a libros como Antígona González de Sara Uribe, donde el yo es en realidad un nosotros que reclama que los muertos se deben exhumar. Y es que al igual que Woolf, las escritoras latinoamericanas van recogiendo las historias que muestran el fracaso de un sistema y los síntomas de una violencia estructural.
La forma en que Woolf presenta el mundo interior de Clarissa Dalloway y entrelaza silencio y lenguaje inevitablemente nos refiere a otras voces de la literatura contemporánea, como Guadalupe Nettel y su libro El cuerpo en que nací;María Sonia Cristoff y Inclúyanme afuera o Desubicados;Alicia Kozameh en su Bruno regresa descalzo y Eni Furtado no ha dejado de correr. Aprovechando la elasticidad del lenguaje, todas ellasnos dicen, con lo mínimo, lo más.
A un siglo de distancia, la voz de Clarissa Dalloway nos regresa a Virginia Woolf en un momento en donde la guerra, la locura, y el suicidio son vistos como parte natural de nuestras vidas, por las que caminamos como si nada pasara, preparamos una fiesta para fingir que todo está bien, donde hay que zurcir el vestido verde y comprar flores para decorar la mesa y guardar las apariencias.
En las epifanías de la vida cotidiana que las escritoras contemporáneas escriben hoy se nos revela la influencia que Virginia Woolf sigue teniendo en ellas –y en nosotros que las leemos. ~